Resumen: La historia reciente ha planteado multitud de situaciones que invitan a pensar que no siempre la tecnología más avanzada es determinante para derrotar el enemigo. En lugares como Afganistán, la cuestión radica por parte de los insurgentes en cómo plantear estrategias que puedan ayudar a enfrentarse a la maquinaria bélica más poderosa de la historia. Lo cierto es que no es nada nuevo, al menos si echamos la vista atrás. Lo identificamos en la Guerra de Independencia de Argelia, y también con el Vietcong en la Guerra de Vietnam, en este último caso, al hacer uso de una extensa red de túneles que facilitaba libertad de movimientos por la jungla y desde donde podían lanzar ataques sorpresas contra el enemigo. El siglo XXI ha planteado nuevas posibilidades para el elemento insurgente y al fin, para el entramado extremista de corte islamista, que resulta quizás el más preocupante, fundamentalmente por la facilidad de acceder a las llamadas tecnologías de amplia difusión, y por la intrínseca necesidad de exportar su Yihad a suelo europeo, el llamado Dar Al Harb, o territorio en Guerra. El desafío por tanto estriba en saber identificar como la democratización de la tecnología puede tener sus efectos contraproducentes en beneficio de la búsqueda de nuevos frentes terroristas.